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lunes, 7 de septiembre de 2009

BASILISCO

BASILISCO (SERES IMAGINARIOS)
El Basilisco es uno de los monstruos terrestres más difíciles de combatir.
Enfrentarse a él es casi un suicidio, pues todo lo que mira se convierte en piedra, y sólo las corazas de hierro fundido le resisten, por lo que se utilizó con frecuencia para custodiar tesoros.
Con toda probabilidad, su existencia es la más extravagante de las conocidas en el mundo y para que un Basilisco nazca deben darse una serie de casualidades increíbles.
El Basilisco nace del huevo que un gallo ha llevado en su vientre durante siete años.
Este huevo no es ovalado como los otros, sino completamente redondo y siempre blanco.
Por un escrúpulo instinto, la gallina se negará a empollarlo, y sólo si lo encuentra algún reptil hembra y lo incuba durante nueve años sobre estiércol nacerá el Basilisco.
De la unión azarosa de estos dos animales surgen los Basiliscos y, por eso, tienen un cuerpo de serpiente, pueden llevar una cresta en la cabeza y ocho patas de gallo armadas con espolones.
Durante muchos siglos, esta bestia fue considerada el "rey de las serpientes".
De hecho, la palabra "Basilisco" proviene etimológicamente del latín basiliscus, y éste a su vez del griego basiliskos que significa "reyezuelo".
Se creía que todos los reptiles huían despavoridos cada vez que oían el siseo del rey.
Y esto era así aunque estuviera haciendo la digestión de la más apetitosa de las presas.
En la Edad Media fue muy popular, y en los bestiarios figura como contendiente de algunos santos que fueron capaces de vencerlos con la ayuda de Dios.
En ésa época, prácticamente nadie ponía en duda que los Basiliscos existían realmente.
Incluso autoridades científicas de la talla de Avicena, Galeno y Escalígero certificaron su existencia, y hasta creyeron en sus maravillosos poderes.
No sólo en la propiedad de matar con la mirada, sino en los usos que se daba al Basilisco una vez muerto.
Al parecer, con sus despojos fabricaban un ungüento oleaginoso que luego rociaban por los techos de las casas y hasta por los templos sagrados, pues resultaba ser un remedio infalible para prevenir la entrada de las aves y los insectos.
En la Antigüedad se creía que si un caballero trataba de matar a un Basilisco con una lanza o una espada, la sangre del Basilisco subía por el metal hasta que rozaba la piel del hombre, que caía inmediatamente fulminado.
Es lo que le ocurrió a un árabe en la época de Lucano, quien nos dejó escrita esta historia:
(...) al parecer, después de una larga búsqueda, por fin el árabe encontró al Basilisco sobre una arenosa llanura y quiso darle muerte.
Se enfrentó al monstruo montado sobre su caballo y se sirvió de una poderosa lanza de acero, con la que consiguió atravesarlo de parte a parte.
El Basilisco murió, pero de la herida comenzó a borbotear la sangre venenosa del bicho, que trepó por la lanza de manera sutil hasta que alcanzó la mano del vencedor, dejándola en los huesos, tal y como hubiera hecho un corrosivo ácido.
A. Ramirez.
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